El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Es fácil obedecer en las cosas agradables como lo es comer, divertirse o hacer lo que nos gusta; es muy meritorio obedecer en las cosas indiferentes como ir para un lado o para el otro, elegir esto o lo otro, cantar o callar; pero es perfección, o sea, es buscar la santidad y vivirla, obedecer en las cosas difíciles, ásperas y duras, como lo hizo José. Y por eso es un modelo para nosotros.
El pecado de la desobediencia es de los más frecuentes en nuestras vidas y el que menos nos damos cuenta; y a su vez, el menos tenido en cuenta para nuestro crecimiento espiritual. Sin embargo, no llegaremos a la santidad, no llegaremos a vivir plenamente las enseñanzas de Jesús si no es por la obediencia filial, por ser obedientes como hijos. Ser obedientes nos hace libres. «Si se mantienen en mi Palabra, si permanecen en mi Palabra, la verdad los hará libres». El camino que nos propone Jesús es el de la libertad, no depender más de nosotros, o sea, de nuestras esclavitudes internas.
Aprendamos que de nosotros quedará más lo que hicimos, que lo que hablamos, que «el amor está más en las obras que en las palabras», como decía san Ignacio. Dios tiene sed de que tengamos sed de él, lo amemos y amemos a los demás. No tiene sed de que le hablemos mucho, debe estar cansado de tanta palabrería, tiene sed de que lo amemos con nuestra propia vida, como lo hizo san José.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Comentario a Mateo 1, 16. 18-21.24a:
Hoy es la Solemnidad de San José, el esposo de la Virgen María, padre de Jesús. San José habló cara a cara, corazón a corazón con Jesús, nuestro Salvador; no lo dice la Palabra de Dios, por supuesto, pero ¿tenemos alguna duda? Hay muchísimas cosas que la Palabra de Dios no dice explícitamente, pero no quiere decir que no hayan pasado. No es necesario a veces escribir lo que es obvio.
¡Qué maravilla debe haber sido la relación entre ellos, Jesús y José! San José siempre aparece en la Palabra de Dios obedeciendo, siendo fiel a las palabras de Dios. Él nunca quiso brillar, nunca quiso sobresalir, todo lo contrario, siempre le gustó el silencio y el anonimato. Tanto que no hay palabras suyas en los evangelios, solo acciones, gestos, su propia vida. En realidad habló, habló mucho, pero habló de otra forma, con su vida, con sus acciones. ¿Podemos creer que una persona sobre la cual no conocemos palabra salida de su boca sea el santo más grande de todos los santos de nuestra amada Iglesia? ¡Qué increíble, qué gran enseñanza para todos! Y nosotros que a veces nos desvivimos por hablar, por decir muchas cosas, por escribir, por esto y por lo otro, y sin embargo lo que más ayudará, lo que más transformará corazones, lo que más convencerá a los demás será nuestra propia vida, si es coherente.
¿Qué es lo que recordamos de las personas que nos marcaron en nuestras vidas? ¿Palabras o gestos y acciones? Seguro que recordamos alguna frase, algo lindo que nos dijeron, pero lo que más nos quedó, ¿qué es en definitiva? ¿Qué creemos que vamos a recordar nosotros de nuestros hijos, de nuestros padres, de nuestros alumnos, de nuestros amigos, de los que más amamos? Pensémoslo. ¿Qué creemos que recordarán ellos mismos de nosotros? Nuestros hijos nos «observan mucho más de lo que nos escuchan». Jesús seguro que observó más que escuchar cosas de José. Lo observó detenidamente y, en realidad, podríamos decir que el observar también es una forma de escuchar y cuando lo que se observa condice con lo que después se escucha, queda grabado a fuego en nuestros corazones. José debe haber hablado muy poco, no me lo imagino verborrágico, y seguramente nunca dijo algo que después no confirmó con su propia vida. Y a nosotros a veces nos pasa lo contrario, machacamos con palabras lo que después no podemos sostener con nuestras acciones y entonces, lo que decimos jamás queda finalmente en el corazón de los demás. Conviene entonces siempre empezar de otra manera, vivir y después, si es necesario, hablar. «Predica con tu vida y si es necesario con palabras», decía el gran san Francisco de Asís.
¡Qué maravilla es imaginar a Jesús disfrutando de la presencia de su padre en la tierra, que era reflejo de su Padre en el cielo! ¡Qué maravilla debe haber sido ver a Jesús aprendiendo no de los «discursos» de José, sino de su obediencia silenciosa y cotidiana a la voluntad de Dios! Eso es lo que tenemos que aprender cada día más, vos y yo en nuestras familias, en nuestros grupos, en nuestras comunidades, en la Iglesia. Dejar de hablar tanto y vivir verdaderamente el Evangelio. Dejar de decir lo que «todo el mundo tiene que hacer» y no hacer nada nosotros por ser santos. Dejar de querer solucionar los problemas del mundo con nuestras palabras, mientras no somos capaces de dar la vida cuando es necesario.
Aprendamos del silencio y de la obediencia de San José. Decía un santo que obedecer significa «Ser humilde, aceptar amorosamente y dócilmente los preceptos de Dios»; y desobedecer significa «Abandono de la amistad con nuestro Padre, pretensión orgullosa de vivir independiente de él», o sea, no escuchar. Y lo vemos a José hoy en Algo del Evangelio de hoy que se despierta y hace lo que el Ángel del Señor le había ordenado. José no hace las cosas «a su manera»; de nada hubiese servido que él lo hubiese hecho a su manera, quejándose, con desgano, como desconfiando; o simplemente buscando la aprobación o el halago luego de cumplir su tarea.
Mejor es salir justificado de la oración, porque el que se humilla será ensalzado; el que se reconoce como es, a eso se refiere Jesús. Humillarse es reconocerse con la verdad, “La humildad es la verdad” decía Santa Teresa, y por eso, aquel que se pone frente a Dios sin miedo a mostrarse como es y por esa pequeñez que reconoce en él pide perdón y se arrodilla también como una actitud interior; es el que realmente saldrá de la presencia de Dios, como Él quiere que salgamos y no como nosotros creemos que tenemos que salir.
Pidámosle esta gracia en este fin de semana, aprovechemos para pedirle a la Palabra que produzca este fruto en nosotros: frutos de humildad, que es lo que realmente nos ayuda a vivir como el Señor quiere.
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p. Rodrigo Aguilar
Comentario a Lucas 18, 9-14:
Jesús, como a la samaritana, se nos presenta en el camino de la vida, se sienta junto al pozo, ese pozo a donde nosotros acudimos a beber, a saciar nuestra sed, deseando que tengamos, en el fondo, sed de Él, como Él mismo la tiene de nosotros. Así hizo con esa mujer, la del evangelio del domingo pasado que espero te acuerdes. Esa mujer que no terminaba de comprender como un hombre, un judío podía estar dialogando con ella, y mucho más, pedirle agua para beber. Es así, Jesús se “disfraza” de necesitado para que nosotros podamos descubrirlo, pero fundamentalmente descubrir que solo Él puede saciar la sed de amor que “grita” desde el pozo de nuestro corazón. Esta semana nos acompañó esta imagen, esa maravillosa escena, que en realidad es el reflejo de lo que de algún modo o de otro, tarde o temprano nos pasará con Jesús, nos buscará para que lo busquemos, nos encontrará para que lo encontremos, nos pedirá de beber, para que le pidamos.
Y de la parábola de algo evangelio de hoy creo que lo primero que podemos decir, o lo que se me ocurre hoy decir es. ¿No será que a veces interpretamos demasiado literal algunas cosas del evangelio y nos olvidamos de lo esencial, de lo más profundo? Pasa mucho en nuestras Iglesias que cuando hay celebraciones de poca gente -celebraciones semanales, por ejemplo- la gente se va mucho atrás, se va mucho a los bancos del fondo, a grandes distancias; como si a veces pensáramos que dependiendo del lugar que ocupemos estamos más o menos cerca de Dios o lo merecemos más o menos.
Y hoy justamente el Señor nos quiere mostrar que no se trata de eso. Obviamente la actitud del publicano que está lejos, es la actitud del que se siente pecador, del que se siente necesitado de Dios; y la actitud del fariseo que está de pie, es todo lo contrario, porque él se siente justo, se siente mejor que los demás y da gracias porque “no es como los demás”; pero no es una cuestión de qué asiento ocupo en la Iglesia, puedo estar en el primer banco sintiéndome un gran pecador y por tanto necesitado de Dios que es lo que me hace ir hasta ahí; puedo ser sacerdote y estar muy cerca del altar, pero estar lejos de Dios, mi corazón puede estar lejos de Él, porque estoy soberbio y pienso que soy más que los demás; no importa el lugar…
Vamos a lo esencial del Evangelio: Jesús se refiere a aquellos que se tenían por justos y despreciaban a los demás; y de eso es de lo que debemos tener cuidado, reflexionar si nosotros en alguna forma de pensar, de sentir, de actuar o de mirar a los demás, no nos creemos un poco más justos y despreciamos a los demás. En el fondo es esa actitud la que nos aleja de Dios; cuando me siento capaz de juzgar y pensar que soy diferente, incluso agradecer que soy diferente y llegar a decir: “Gracias Señor porque me libraste de esto o de lo otro”, y miro a los demás de reojo. Cuando caemos en esa actitud de soberbia es cuando más lejos estamos de Dios y no nos iremos “justificados” en nuestra oración. La oración que brota del fondo de nuestro corazón no es creernos diferentes a los demás, sino más bien pedirle al Señor que nos ayude a reconocernos como realmente somos; y no temer mostrarnos ante Dios como realmente somos.
Me contó alguna vez un sacerdote que después de una Misa, en el atrio de la Iglesia mientras saludaba a los demás, escuchaba un grupo de señoras que decían: “Y al final en el cielo vamos a estar los mismos de siempre”; como una actitud de mucha soberbia de la cual seguramente no se daban cuenta, estas señoras no se daban cuenta de lo que estaban diciendo.
¿A veces no será que nosotros nos creemos como una élite dentro de la Iglesia? Como la élite de los que estamos más cerca y "menos mal que somos nosotros, menos mal que Dios nos eligió a nosotros”. Hay que tener mucho cuidado de no caer en esta soberbia tan sutil que se mete en el corazón de los “más creyentes” incluso, de los que aparentemente estamos más cerca, estamos “de pie” al lado de Dios.
Comentario a Lucas 11, 14-23:
Vivir pensando en lo que nos falta, vivir viendo la parte del vaso vacío, lo que debería ser y no es, lo que me pasó, me afectó y no puedo cambiar, vivir sin considerar lo que tenemos y esperando lo que vendrá, termina por agobiarnos y haciéndonos caer en el pesimismo insoportable. Vivir así es ver parte de la verdad. Hoy estamos cansados de escuchar parte de la verdad, verdades a medias, verdades que no son verdades porque son “ideologías” y cuando una ideología quiere ser la única verdad, termina por matar a la Verdad. Estamos cansados porque cada uno tiene su verdad o mejor dicho, cada uno considera que la suya es la única verdad y pocos se animan a abrazar una verdad un poco más amplia y trascendente. ¿Sabés qué es lo que pasa o por lo menos lo que me parece que pasa especialmente en nuestro país, en el mundo y porqué no también dentro de la Iglesia? Pasa que Jesús es relegado, olvidado y muchas veces por los que más deberían recordarlo. El pobre Jesús no entra en estas discusiones interminables en donde todos quieren tener la razón, en donde el dinero manda, en donde la lógica del poder termina triunfando por sobre los intereses comunes. Todos hablan de sus verdades pero se olvidan de una Verdad mucho más verdadera, de Jesús, que es Camino, Verdad y Vida. Alguno me dirá, pero… ¿Qué tiene que ver el mundo con Jesús, con las discusiones del mundo? Tiene mucho que ver, por lo menos para nosotros los cristianos, que sin querer a veces “separamos” demasiado las cosas del mundo con nuestra fe y nos olvidamos que nuestra fe es sal y luz en este mundo dividido por las discordias, por las medias verdades que se hacen ideologías.
Algo del evangelio de hoy pone de manifiesto los “pesimistas de siempre” los “mala onda” que buscan siempre “el pelo en la leche”, la “quinta pata al gato” porque las ideas le nublan el corazón. La ideología no permite ver la realidad. Estos hombres en vez de reconocer lo que bien que hacía Jesús son capaces de decir semejante barbaridad, que Jesús hacía el bien con el poder del demonio. Algo absurdo como lo que nos toca ver cada día. No solo no veían la parte llena del vaso, sino que ponían algo malo, veían algo malo. El pesimista, el que está lleno de ideas lindas pero tiene el corazón marchitado, achicado, resentido, enojado, triste, lleno de revancha, termina dividiendo. Es inevitable. Jesús quiere unir y el pesimista desunir. Jesús nos llama a la unión y nosotros nos encargamos de desparramar. «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.» El que no está con Jesús o no entiende a Jesús, o se dice discípulo de Jesús, pero divide o desparrama por estar siempre mirando lo malo y lo vacío, no entiende el mensaje del evangelio. Un síntoma de nuestra cercanía a Jesús es nuestra capacidad de unir, de integrar, de abrazar, de recibir. Nuestro país lamentablemente está dividido, el mundo está dividido, la Iglesia está dividida también. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacés? ¿Seguís dividiendo con tus palabras, con tus opiniones, con tus publicaciones del face, en tus grupos de whatsapp? ¿Te gusta tirar la piedra y esconder la mano? ¿Te gusta quedarte con una parte de la verdad? ¿Te gusta la división? Entonces no estás con Jesús, estás desparramando. ¿Te gusta unir, buscar puntos en común? ¿Te gusta ver la Verdad con mayor amplitud de corazón? ¿Te gusta conciliar para no hacer solo hincapié en lo distinto? Entonces estás recogiendo con Jesús.
Seamos cristianos, dejemos de dividir y de buscar lo malo en lo bueno, o de ver solo lo malo cuando hay mucho de bueno. Seamos verdaderos discípulos de Jesús, saltemos “la grieta” para descubrir que del otro lado hay hermanos, no enemigos, del otro lado hay gente buena también, solo que se dejan ganar a veces por sus ideas, como de este lado también.
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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 16 de marzo + III Jueves de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 14-23
Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.»
Palabra del Señor.