Palabra de Vida

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@rodolfo_pastorcubano

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El Espíritu Santo: su persona y Cristo

“Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”. Juan 16:13-14

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad; el poder divino no creado, sino creador; trascendente al hombre, pero capaz de morar en el corazón y el espíritu humano.

Su personalidad queda patentizada en la Biblia al atribuírsele:

• Intelecto: Conoce y escudriña las cosas de Dios; se afirma que tiene mente (Isaías 11:2; Efesios 1:17); tiene facultad para enseñar (1 Corintios 2:13).

• Emociones: Puede ser entristecido (Efesios 4:30) y enojado (Isaías 63:10).

• Voluntad: La Biblia dice que guía a la verdad, dirige las tareas de los hijos de Dios, reparte los dones como él quiere y orienta el rumbo a seguir (1 Corintios 12:11; Hechos 10:19-20;13:1-2; 16:6-11).

Divinidad del Espíritu Santo:
• Lo confirman sus títulos: Espíritu de Dios (Génesis 1:2); Espíritu de Jehová (Jueces 3:10; Espíritu del Señor (Lucas 4:18); Espíritu de Cristo (Romanos 8:9).

• Tiene los mismos atributos divinos (Hebreos 9:14; Isaías 11:2).

• Hace las mismas obras divinas (Salmos 33:6; Hechos 10:38; Job 33:4; Génesis 1:2,26).

• La misma consideración divina (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14; 1 Juan 5:7).

El Espíritu Santo y Cristo. Al considerar la persona del Espíritu Santo, hemos de tener en cuenta que no es un ente obrando de manera independiente por su propia cuenta y con fines individuales.

Entre las tres personas de la Trinidad hay una unidad esencial y de propósito.

Por la Biblia entendemos que el Espíritu Santo tuvo una relación directa con la persona y ministerio de Cristo:

Lo engendró en María (Lucas 1:35), lo sostuvo en la tentación (Lucas 4:1-15), le dio poder para su ministerio (Mateo 12:28; Hechos 10:38), le levantó de los muertos (Romanos 8:11).

Y ahora él cumple el papel fundamental en dar continuidad a la obra de Cristo en la Iglesia y por medio de la Iglesia; dándole gloria y honra a Cristo (Juan 16:13-14), y equipando y guiando a su cuerpo para la obra del ministerio (1 Corintios 12:7-11; Hechos 10:19-20;13:1-2; 16:6-11).

Todo lo visto hasta aquí nos confirma que el Espíritu Santo es una persona divina cuya obra da gloria a Cristo, operando la regeneración y la santificación en la vida de los humanos.

Es él quien transforma la vida y el carácter de todo el que se entrega a Cristo. Él hace posible lo que por nosotros mismos es imposible: convertirnos en nuevas criaturas (2 Corintios 5:17).

Por eso Jesús le dijo a Nicodemo, hombre de buena conducta y apegado a la ley, que le era necesario nacer del Espíritu (Juan 3:5-8).

También nos confirma que el Espíritu Santo equipa a los discípulos con dones espirituales para el ejercicio del ministerio cristiano; dando poder y sabiduría para hacer la obra que Cristo encargó.

La iglesia no podrá hacer mucho sin el impacto del Espíritu en ella; por eso Jesús encargó a los discípulos quedarse en Jerusalén hasta ser revestidos de poder del Espíritu Santo (Lucas 24:47-49).

Entonces, abramos paso al Espíritu Santo en nuestras vidas e iglesias. Dejémoslo obrar con libertad y no le marquemos el territorio.

No perdamos la bendición de ser transformados y usados por él.

Su hermano en Cristo, Rodolfo Rodríguez Matos, pastor

Al abordar este tema, pretendo que nos demos cuenta de que tenemos un Dios Todopoderoso que está atento a las necesidades de sus hijos y que cumple sus promesas. Un Dios cuyo brazo no es corto ni sus manos están cerradas. Un Dios cuyos almacenes permanecen llenos de toda clase de bendiciones.

Los hombres tratan de alentarnos con promesas que no pueden cumplir, y cuando lo intentan, lo que nos ofrecen es tan poco que malamente alcanza para unos días.

Pero Dios promete bendecirnos en abundancia y con alcance eterno. Su paz y amor nunca menguan; su misericordia nunca falta; y la vida que nos ofrece es abundante y por la eternidad.

El que prosperó a Abraham en la tierra árida, alimentó a Elías por medio de cuervos y proveyó abundancia para la viuda de Sarepta en tiempos de hambre, también proveerá para nosotros hoy.

Levantemos nuestra fe; pongamos nuestra mirada en el cielo, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Colosenses 3:1-2).

Lleguemos ante el trono de la gracia, y encontraremos gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:16). ¡Dios es nuestro proveedor!

Su hermano en Cristo, Rodolfo Rodríguez Matos, pastor

EL TEMA DEL DOMINGO

La abundancia de Dios frente a la escasez del hombre

Texto: Juan 6:1-15

Vivimos en un tiempo donde todo escasea: escasea el combustible y también el transporte; escasea el alimento y también las medicinas. Las largas colas, en espera de que algo se pueda conseguir para llevar a casa, son testigos de esta verdad.

Por otro lado, lo poco que el hombre puede ofrecer tiene un precio, y en el momento actual es tan elevado que a las mayorías el dinero no les alcanza para pagar lo básico.

Fíjese, el día de mi cumpleaños, mi esposa me regaló una lata de leche condensada que le costó cien pesos más que lo que pagó mi papá por la casa que compró cuando nos mudamos del campo para la ciudad. ¡Ridículo! Pero es verdad.

Igual escasean la seriedad de las personas y la credibilidad en ellas. Cada día el comportamiento moral y social de las personas empeora.

Frente a esta realidad, hay un Dios que todo lo da en abundancia y gratuitamente a aquellos que en él confían y de él dependen.

Hacia ese proveedor todopoderoso quisiera que dirigiéramos nuestra mirada, para que, en lugar de rendirnos ante lo imposible o sumergirnos en la decepción, nos levantemos en fe y esperanza.

Dios nos dice en su palabra:

“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid comprad sin dinero y sin precio, vino y leche... Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura” (Isaías 55:1-2)

“El alma del sacerdote satisfaré con abundancia, y mi pueblo será saciado de mi bien, dice Jehová. Porque satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida” (Jeremías 31:14,25)

“He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad” (Jeremías 33:6)

“Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia”. (Juan 10:10; Juan 4:13-14; Juan 7:37-39)

“Abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10)

“Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo” (Lucas 6:38)

“Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra… Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad…” (2 Corintios 9:8-11)

“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19)

“Dios es poderoso para hacer mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20)

Cuando Dios sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, no lo hizo para llevarle a pasar trabajo en una tierra estéril; le prometió darle una tierra que “fluye leche y miel”, y esa fue la posesión que le entregó por heredad.

Los racimos de uvas que trajeron los que recorrieron la tierra antes de entrar, eran prueba de la veracidad de la promesa del Señor para los suyos. (Números 13:23-27)

Cuando Dios les habló del año de la remisión de deudas entre los israelitas, les dijo que si obraban rectamente, conforme a su mandamiento, no habría entre ellos mendigos; porque Jehová les bendeciría con abundancia en la tierra que les daría por heredad. (Deuteronomio 15:4-5)

Cuando dio el maná a los hebreos en el desierto, les dio cada día en tanta abundancia que todos se saciaban, comiendo cada uno todo lo que podía comer, y no necesitaban guardar para el día siguiente, porque de nuevo daba igual. (Éxodo 16)

Cuando Jesús multiplicó los panes y los peces, comieron cinco mil hasta saciarse, y sobró lo suficiente para llenar doce cestas. (Juan 6:1-15)

Conformarnos con vivir en la media y hacer siempre lo mismo nos mantendrá en el mismo círculo, con mucha fatiga y pocos resultados; mientras Dios quiere darnos más y llevarnos más lejos en su obra.

Entonces, avivemos el fuego del don de Dios que hay en nosotros.

Su hermano en Cristo, Rodolfo Rodríguez Matos, pastor

EL TEMA DEL DOMINGO

Ministrando en el poder del Espíritu Santo (2)

“… te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti” (2 Timoteo 1:6)

Verdad central: Necesitamos un avivamiento espiritual en el liderazgo cristiano

Los pastores y líderes cristianos necesitamos un avivamiento en nuestra vida familiar.

Nuestras relaciones familiares deben estar marcadas por la presencia y guía del Espíritu Santo, creando un ambiente de amor, gozo, paz y santidad; de modo que el enemigo no encuentre brechas por donde entrar a nuestros hogares y socavar lo que Dios nos ha dado.

Nuestros hogares deben estar llenos de Dios, y en nuestras casas se debe respirar un aire diferente al de la sociedad.

Por ello no debe faltar un culto familiar significativo, donde todos tengan una participación activa en el análisis de la palabra de Dios y en la oración; donde se comparta el testimonio de la fe y se siembren valores espirituales con raíces profundas.

Una familia ministerial llena del Espíritu, andando en el Espíritu, involucrada en el servicio a Dios, es una referencia para las demás familias y un instrumento poderoso en la obra del Señor y para su gloria.

Los pastores y líderes cristianos necesitamos un avivamiento en nuestros ministerios; de manera que los mismos sean respaldados por el poder del Espíritu Santo.

Nuestras predicaciones deben ser en el poder del Espíritu y no meras repeticiones de palabras aprendidas y técnicas secas.

Cada predicación debe ser un desafío que cautive el corazón de los oyentes y los mueva a tomar decisiones importantes sin demora.

El día de pentecostés, Pedro alzó la voz, ungido por el Espíritu Santo, declarando pasajes del Antiguo Testamento y testificando de la persona y obra de Jesucristo, y mientras él hablaba, se produjo una conmoción en los oyentes y una convicción de pecados que los llevó a preguntar qué debían hacer, y ese día se convirtieron y bautizaron como tres mil personas (Hechos 2:36-42).

Algo similar ocurrió en la casa de Cornelio, donde ni siquiera terminó su explicación, pues el Espíritu cayó sobre los que se habían reunido, y allí mismo se convirtieron al Señor (Hechos 10:37-48).

El apóstol Pablo escribió a los hermanos de Corinto: “Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios… ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:1,4,5).

Luego escribe a los romanos: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios” (Romanos 15:18,19).

Charles Finney, George Whitefield, Juan Wesley, fueron hombres que encabezaron grandes avivamientos espirituales.

Ellos buscaron a Dios en oración en tal magnitud que sus palabras producían profunda convicción de pecados en los oyentes, los cuales se postraban de rodillas suplicando con llanto incontenible la misericordia de Dios.

¿Por qué nuestras palabras tienen que rebotar entre las paredes de los templos sin producir efecto en los oyentes?

Los pastores y líderes cristianos necesitamos un avivamiento que amplíe nuestra visión espiritual. Que podamos entender los tiempos que vivimos y cuál es nuestro papel.

Un despertar que nos permita ver lejos, conscientes de que nuestra experiencia no es el límite de Dios y que el alcance suyo es mayor de lo que podamos imaginar nosotros.

Un avivamiento que nos ayude a mirar siempre hacia adelante; y mientras trabajamos con todo empeño en la asignación actual, estemos mirando qué más querrá el Señor; como Pablo, que siempre pensó en lo que le faltaba por hacer más que en lo que había hecho (Romanos 15:23-24; Filipenses 3:13-14).

Si queremos liderar y ministrar como Dios desea, debemos procurar un avivamiento espiritual que dé un giro a nuestras vidas y a nuestros respectivos ministerios.

Si esto se necesitaba para repartir comida entre los necesitados, ¿cuánto más será necesario para ministrar el pan espiritual a las personas y guiar a las congregaciones en el propósito de Dios?

Los pastores y líderes cristianos necesitamos ser avivados en el plano personal.

Nuestras vidas deben estar saturadas de la presencia del Espíritu Santo y vacías de nosotros mismos, de nuestro orgullo, vanidad y vicios en la forma de ser.

Nuestra experiencia de vida diaria debe ser: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

En nosotros debe cumplirse la indicación de Pablo: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también en el Espíritu” (Gálatas 5:25).

Nuestras vidas deben estar saturadas de Dios hasta arder en fuego celestial, como dijo Jeremías que sucedía en su vida: “… había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos…” (Jeremías 20:9).

Si queremos liderar y ministrar como Dios desea, debemos procurar un avivamiento espiritual que dé un giro a nuestras vidas y a nuestros respectivos ministerios.

Conformarnos con vivir en la media y hacer siempre lo mismo nos mantendrá en el mismo círculo, con mucha fatiga y pocos resultados; mientras Dios quiere darnos más y llevarnos más lejos en su obra.

Entonces, avivemos el fuego del don de Dios que hay en nosotros.

Su hermano en Cristo, Rodolfo Rodríguez Matos, pastor

EL TEMA DEL DOMINGO

Ministrando en el poder del Espíritu Santo (1)

“… te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti” (2 Timoteo 1:6)

Verdad central: Necesitamos un avivamiento espiritual en el liderazgo cristiano

En las últimas semanas he abordado temas que nos confrontan con la necesidad de un avivamiento espiritual que impacte todas las esferas de la sociedad.

Fundamental en ese despertar espiritual es que ocurra en el liderazgo de las iglesias, comenzando por los pastores y líderes de los diferentes ministerios dentro de las congregaciones.

Un liderazgo dormido o entretenido espiritualmente significa la ruina para una congregación. Si quienes lideramos las iglesias vamos a paso lento, así mismo irán ellas. Y si nos conformamos con ir así, algo anda muy mal en nosotros.

Un gran despertar del Espíritu Santo en el liderazgo cristiano es una necesidad imperiosa.

Necesitamos estar llenos del Espíritu Santo y capacitados por él para el ejercicio ministerial, pues se trata de la obra de Dios, no de la nuestra; y como Pablo dijera:

“para estas cosas, ¿quién es suficiente? No que seamos competentes por nosotros mismos, sino que nuestra competencia provine de Dios” (2 Corintios 2:16; 3:5).

Jesús es el modelo de un líder ungido por el Espíritu Santo para ministrar a un mundo decadente.

Cuando fue bautizado, el Espíritu Santo vino sobre él como paloma (Lucas 3:21,22); luego le llevó a un lugar desierto en ayuno y oración a prepararse (Lucas 4:1,2); y de allá regresó en el poder del Espíritu y comenzó su ministerio (Lucas 4:14,15).

Cuando se le dio a leer el rollo de la ley en la sinagoga, leyó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido y me ha enviado…” (Lucas 4:18).

Años después, en la casa de Cornelio Pedro declaró que “Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo y con poder” (Hechos 10:38).

El impacto que causaba Jesús quedó resumido en esta declaración: “Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Lucas 4:22).

Esto concuerda con la declaración de Mateo después del Sermón del Monte: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28-29).

Lo mismo corroboran las palabras de los alguaciles que fueron enviados a prender a Jesús; al volver sin él y ser preguntados, respondieron: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).

Pablo escribió a Timoteo: “… te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti” (2 Timoteo 1:6).

Este consejo se le da a un hombre que ha sido instruido en la Palabra desde la niñez, y cuya fe es verdadera (v.5); alguien que fue formado como líder al lado del apóstol, siendo parte fundamental de su equipo misionero (Hechos 16:1-3; Filipenses 19-22); y que ahora es pastor de una congregación.

No se trataba de animar a alguien flojo en la fe sino de incentivar a un buen siervo a buscar una vida plena en el poder del Espíritu para el ejercicio de su ministerio; así lo haría mejor.

Cuando se enciende una hoguera, el proceso de combustión produce ceniza que va cubriendo los tizones y el fuego comienza a menguar. Pero cuando se reacomodan los tizones y se sopla, la ceniza vuela, la llama se aviva y prende los demás leños.

Eso está diciendo Pablo a Timoteo: Sopla y quítate de encima la ceniza para que el fuego del Espíritu arda en ti.

Las tantas demandas del ministerio, la fuerza de la costumbre de hacer siempre lo mismo, sostener una familia en las difíciles condiciones de hoy, las presiones de la sociedad y nuestras propias debilidades nos mantienen tan ocupados que nos roban el precioso tiempo de estar con Dios, y son cual cenizas que hacen menguar el fuego del Espíritu en nosotros.

Por eso Pablo nos dice hoy: “aviva el fuego del don de Dios que hay en ti”.

Cuando se fue a escoger a los diáconos en la iglesia de Jerusalén, una de las tres condiciones necesarias era “llenos del Espíritu Santo”.

Reflexiones frente a la cruz
Isaías 53

La Biblia recoge las reflexiones de dos personas que fueron tocadas por la muerte de Jesús, justo mientras él colgaba del madero. La vida de ambos corrió por caminos distintos, y estaban allí por razones diferentes; pero ambos pudieron ver a Jesús como lo que era: el justo hijo de Dios que moría para salvar a otros.

Uno de los hombres era un malhechor que colgaba de una cruz al lado del Señor. Consciente de que era culpable y moría como consecuencia de sus actos, declaró la justicia e inocencia de Jesús, y en plena convicción le pidió: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:40-42).

Y la respuesta no pudo ser más sorprendente: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (V.43).

El otro hombre era un oficial romano que dirigía la ejecución de Jesús. Él vio todos los acontecimientos muy de cerca desde que los líderes judíos le entregaran al poder romano; escuchó las injurias de la turba, escuchó todas las palabras pronunciadas por el Señor, y le vio morir con toda entereza, sin quejas o maldiciones hacia sus enemigos, sino perdonando.

Justo cuando Jesús murió, el centurión declaró: “Verdaderamente este era un hombre justo, el Hijo de Dios” (Mateo 27:54; Lucas 23:47).

Ahora bien, ¿Cuál es nuestra reflexión en torno a la cruz de Jesús?

Leer con detenimiento Isaías 53 nos permitirá ver los hechos de la cruz desde una perspectiva correcta: Jesús murió en nuestro lugar. Él cargó con toda nuestra culpa, todo nuestro pecado; y con su muerte nos otorgó salvación, sanidad y vida eterna. La cruz de Cristo no podemos verla de ninguna otra forma.

En eso concuerda Colosenses 2:13-15: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonando todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz…”

Pedro escribe a los hermanos: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).

La Biblia declara: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7-8).

Si queremos tener una perspectiva real de la muerte de Cristo, hemos de vernos clavados en la cruz con él. Aquel lugar de tormento nos correspondía a nosotros y no a él; pero la gran misericordia de Dios hizo transferencia de nuestra culpa y pena sobre Jesús.

Pablo lo dice así: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).

Entonces, nos toca corresponder a ese sacrificio con responsabilidad y fidelidad a él que todo lo entregó por nosotros.

Hagamos nuestra la experiencia de Pablo cuando declaró: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

Dios nos ayude.

Su hermano en Cristo, Rodolfo Rodríguez Matos, pastor

Temas sugeridos para el devocional personal y familiar durante la Semana Santa

Para el domingo de resurrección:
“La restauración de un soldado herido”
Juan 21:15-19.

A lo largo de este recorrido por los acontecimientos de aquella semana, vimos a un Pedro muy decido a morir por Jesús; luego le vimos dispuesto a enfrentar soldados y herir con espada; después le vimos seguir a Jesús de lejos mientras se calentaba frente a una hoguera junto a los soldados; solo un rato después le vimos negar a Jesús tres veces con juramento y maldición.

Es en este momento crucial que Pedro pudo observar la mirada escrutadora y compasiva de Jesús, y salió llorando amargamente.

Este Pedro caído era el mismo que tanto había acompañado a Jesús, que tantas veces dio el primer paso y respondió en nombre de los otros.

Fue el mismo que estuvo en la misión y que regresó lleno de gozo, testificando que aun los demonios les estaban sujetos.

Fue el mismo Pedro que caminó sobre las aguas. Era el mismo Pedro que después de una noche sin poder pescar nada, echó las redes en el nombre de Jesús y fue protagonista de la pesca más milagrosa que jamás se haya visto.

Fue el mismo Simón a quien Jesús le puso por nombre Pedro por la fuerza de su carácter.

Pero ahora estaba caído, y tan desanimado que, aunque ya había visto a Jesús resucitado, se volvió a la pesca, de donde Jesús le había llamado (Juan 21:1-3), quizás pensando que para él todo había acabado y no tendría más oportunidades como apóstol de Jesús.

Ahora Jesús se le acerca, comparte la comida, y luego le habla en un tono muy personal. Cualquiera hubiese aprovechado la oportunidad para una gran reprimenda; pero no Jesús.

Las palabras que Pedro escucha van dirigidas a sus sentimientos presentes, no a sus acciones pasadas. Jesús no le preguntó “¿qué hiciste?”; le preguntó “¿me amas?”.

Tres veces Pedro negó a Jesús; tres veces Jesús pregunta a Pedro si aún le ama. Y las tres veces le reitera su llamado pastoral. Jesús le estaba diciendo a Pedro “si realmente me amas, aún tienes oportunidad de servirme”.

Sin duda alguna Jesús estaba restituyendo a Pedro.

Tómelo ahora tranquilo y piense
1- ¿Qué valor tendrían para Pedro las palabras de restitución de Jesús?

2- ¿Qué vínculo encuentra entre el Pedro de este pasaje y el Pedro del libro de los Hechos?

3- ¿Influyó en algo este encuentro en su ministerio posterior?

• Como en toda batalla, en las filas de la fe caen soldados heridos. ¿Les tratamos en nuestras iglesias como Jesús a Pedro o es otro el proceder?

Dios nos ayude a tener el mismo sentir de Jesús.

Su hermano en Cristo, Rodolfo Rodríguez Matos, pastor

Devocional personal y familiar para el viernes
“El valor de un discípulo secreto”
Lea Lucas 23:50-56 y Juan 19:38-42.

Hoy nos adentraremos en un personaje con un rol protagónico en los hechos de esa decisiva semana, y que sin embargo apenas se habla de él.

Es el hombre que de voluntad propia le da una sepultura digna a Jesús, en lugar de dejarlo colgando del madero a expensas de la putrefacción y las aves de rapiña, como era frecuente en esos casos.

Estos dos pasajes constituyen dos visiones de un mismo evento. Como podrá ver, Lucas enfatiza en las virtudes personales de José de Arimatea; Juan por su parte, enfatiza en el hecho de que José era discípulo de Jesús, aunque secretamente.

Ambos coinciden en su acto digno y generoso, y de mucho valor; pues si hasta ahora había sido discípulo secretamente, con este acto se estaba dando a conocer como tal.

Note que José de Arimatea y Nicodemo hicieron lo que ni siquiera pensaron hacer sus discípulos. Mientras los discípulos de Jesús huyeron por salvar sus vidas y se escondieron en la sombra, José y Nicodemo salieron de las sombras para rescatar el cuerpo de Jesús y ocuparse de él.

No se vaya apurado, hora piense un poco en los hechos.

Escriba con sus palabras su valoración personal de José de Arimatea y Nicodemo, considerando las virtudes que de ellos se destacan y el acto que realizaron con el cuerpo de Jesús. Tenga en cuenta que eran del Concilio y esto les podía traer consecuencias.

1- ¿Cómo impactan su vida dos discípulos secretos que, en la hora más difícil, cuando todos huyen, aparecen ante las autoridades que acaban de dar muerte a Jesús, se identifican con él y le dan una sepultura digna?.

2- ¿Lo habría hecho usted en tales circunstancias?.

Bendecido día, recordando a quien pagó nuestra culpa y nos redimió.

Su hermano en Cristo, Rodolfo Rodríguez Matos, pastor